viernes, 24 de mayo de 2013

Payasos de Mercurio

Provistos de guitarra y violín, Arlequín y Pierrot volvieron a disfrazarse de formas vanguardistas cercanas al cubismo, si bien un cubismo diferente, más escurridizo que firme por la continua línea negra que rodea el desplazado contorno de las figuras, atravesado por escasos planos de color que reclaman su libertad más allá del trazo. Lo hizo en el telón que colgaría toda la temporada de La Soirée de París en 1924, promovida por el conde Étienne de Beaumont y en la que destaca la obra titulada Mercure, de temática mitológica. Picasso volvería a encargarse una vez más del decorado y el vestuario de una obra teatral, casi radicalizando aún más la esencia de la puesta en escena. Llama especialmente la atención la escena del Baño de las Gracias en la primera parte de la representación, para la que Picasso realizó varios dibujos preparatorios estudiando la actitud de las mujeres, la de su vestimenta y la del decorado, que debían fusionarse con ellas en el escenario. Picasso acaba despojando a lo que tradicionalmente se representaba con dinamismo y líneas sinuosas en movimiento de eso mismo para crear de las Tres Gracias una construcción geométrica, cerrada e inmóvil, dejándolas atrapadas en la cárcel de la escenografía. Como sirenas encalladas en el fango, sólo podían mover la parte superior del cuerpo, pareciéndose curiosamente más a una pintura que a una escena teatral. Para aumentar lo que unos consideran audacia, aunque más bien también lo absurdo y burlesco de la situación, las Gracias no son tales, sino hombres con pelucas, cuyos pechos, lejos de ser la imagen de sensualidad femenina, están pintados de intenso rojo. Cuando por fin se despojan de la penitenciaria estructura geométrica de aquél agua estática de cartón, las Gracias se convierten en grandes armaduras recortadas que imitaban de lejos formas corporales humanas, muy sumarias. Eran formas estáticas obligadas al baile por actores danzarines escondidos tras ellas. Picasso lucha por llevar el teatro a su terreno, el de lo pictórico, destruye la originalidad vista en Parade en beneficio de la supervivencia de su autoritaria idea. Considera a los actores un obstáculo en contra de la unidad escénica, tan molestos con sus movimientos que escapaban, como piezas rotas y dispersas, del mecanismo total que componía el decorado. Es quizás una forma involuntaria de Picasso de manifestar la primacía de la pintura, desde siempre su más allegada manifestación artística, ahora en sentido inverso a como lo hizo yendo de la pintura al teatro en Los Comediantes o en Las Bodas de Pierrette. Al margen de estas reflexiones nacidas del pintor, viene inevitablemente a la memoria el trato “payasesco” que se le da a las Gracias, despojando al solemne tema de lo mitológico de la gravedad que siempre había tenido en la historia del arte. Inyecta atributos cómicos, pero también circenses desde la sutilidad de trasladar la nariz roja de los payasos a los pechos enrojecidos de tan viriles Gracias. 

Telón para la Soirée de París. 1924

Estudio previo para las Tres Gracias de Mercure

Las Tres Gracias en escena.

Edith Carrillo


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