Desde que en 1903
introdujera Picasso la figura del padre en las escenas familiares, las cuales
retomaría en 1904, ya en vísperas del periodo rosa, estaba siendo evidente el
cambio, en lo que a iconografía se refiere, y no tanto en mensaje y contenido.
Ese cambio iconográfico vino acompañado de un paso de la tensión formal y
colorística a la serenidad, ahora también más explícita en las expresiones, de escéptica pasividad en palabras de
Ocaña.
El valor añadido de
estas nuevas obras se ha querido ver en su condición de espejo de la vida
personal del propio Picasso: a finales de 1904 conoce a Madeleine, reconocida
en sus obras de maternidades. El posible punto de inflexión emocional que esto
inyectaría en el pintor, haría que poco a poco introdujera colores más vivos y
cambiara, por tanto, esas iconografías compositivas. El tema de la familia de
Arlequín, en el cual basaría muchas obras de este periodo, sobre todo en 1905,
se convierte por sus elementos individualizados y en conjunto, en un retrato de
los pensamientos del artista, como han querido ver los estudiosos. Los bebés ya
eran constantes desde 1901 en sus obras, pero ¿a qué se debía ahora la
inclusión de Arlequín como padre o, en general, de la figura paterna en las
también familias de circo y de saltimbanquis? Unas palabras del propio Picasso,
refiriéndose a Madeleine, dan una pista: Estuve
a punto de tener un hijo con ella. Apollinaire completa la información, conduciendo
a la reinterpretación completa en sentido opuesto al supuesto Picasso que huía
de lo sentimental en sus obras una vez abandonado el periodo azul en París. El
poeta escribe en su crónica a la exposición de las Galeries Serrurrier,
inaugurada el 25 de febrero de 1905 con las primeras telas rosas de Picasso: El niño enfrente al padre con la mujer que
Picasso quiere gloriosa e inmaculada. Las madres, primíparas, ya no esperaban
el niño, quizás por culpa de ciertos cuervos del mar agüero. A partir de
las cinco fotografías que incluye, y de algunas descripciones, se pueden
identificar algunas de las obras aquí mostradas. No sería así disparatada la
idea que quiere leer La familia de
Arlequín, en cualquiera de sus variantes, en clave de sueño frustrado, una
posible ilusión paternal nacida y cortada de raíz.
En estas pinturas, el
padre no es testigo de la relación entre madre e hijo, las “maternidades” dejan
paso a las “paternidades”, siempre representadas por delgados arlequines de
alegres mallas y oscuros bicornios, sosteniendo en sus brazos al bebé, el cual
ha recibido de los brazos de la propia madre, si quiere verse la curiosa
secuencia de la que el pintor nos da pista en sus gouaches sobre papel y
cartón. Una vez en sus brazos observa como la madre, desnuda, se asea tomando
el agua fría de una palangana. La pasividad del padre voyeur obtiene ahora el
cariz de plena participación, convirtiéndose el niño en trofeo de legitimación
paternal, negado a Picasso en la vida real.
Edith Carrillo
Para más información:
- Picasso
1905-1906. De la época rosa a los ocres de Gósol. Barcelona. Electra. 1992.
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