Provistos de guitarra y violín, Arlequín y Pierrot
volvieron a disfrazarse de formas vanguardistas cercanas al cubismo, si bien un
cubismo diferente, más escurridizo que firme por la continua línea negra que
rodea el desplazado contorno de las figuras, atravesado por escasos planos de
color que reclaman su libertad más allá del trazo. Lo hizo en el telón que
colgaría toda la temporada de La Soirée de París en 1924, promovida por el
conde Étienne de Beaumont y en la que destaca la obra titulada Mercure, de temática mitológica. Picasso
volvería a encargarse una vez más del decorado y el vestuario de una obra
teatral, casi radicalizando aún más la esencia de la puesta en escena. Llama
especialmente la atención la escena del Baño de las Gracias en la primera parte
de la representación, para la que Picasso realizó varios dibujos preparatorios
estudiando la actitud de las mujeres, la de su vestimenta y la del decorado,
que debían fusionarse con ellas en el escenario. Picasso acaba despojando a lo
que tradicionalmente se representaba con dinamismo y líneas sinuosas en
movimiento de eso mismo para crear de las Tres Gracias una construcción
geométrica, cerrada e inmóvil, dejándolas atrapadas en la cárcel de la
escenografía. Como sirenas encalladas en el fango, sólo podían mover la parte
superior del cuerpo, pareciéndose curiosamente más a una pintura que a una
escena teatral. Para aumentar lo que unos consideran audacia, aunque más bien también
lo absurdo y burlesco de la situación, las Gracias no son tales, sino hombres
con pelucas, cuyos pechos, lejos de ser la imagen de sensualidad femenina,
están pintados de intenso rojo. Cuando por fin se despojan de la penitenciaria
estructura geométrica de aquél agua estática de cartón, las Gracias se convierten
en grandes armaduras recortadas que imitaban de lejos formas corporales
humanas, muy sumarias. Eran formas estáticas obligadas al baile por actores
danzarines escondidos tras ellas. Picasso lucha por llevar el teatro a su
terreno, el de lo pictórico, destruye la originalidad vista en Parade en beneficio de la supervivencia
de su autoritaria idea. Considera a los actores un obstáculo en contra de la
unidad escénica, tan molestos con sus movimientos que escapaban, como piezas
rotas y dispersas, del mecanismo total que componía el decorado. Es quizás una
forma involuntaria de Picasso de manifestar la primacía de la pintura, desde
siempre su más allegada manifestación artística, ahora en sentido inverso a
como lo hizo yendo de la pintura al teatro en Los Comediantes o en Las
Bodas de Pierrette. Al margen de estas reflexiones nacidas del pintor,
viene inevitablemente a la memoria el trato “payasesco” que se le da a las
Gracias, despojando al solemne tema de lo mitológico de la gravedad que siempre
había tenido en la historia del arte. Inyecta atributos cómicos, pero también
circenses desde la sutilidad de trasladar la nariz roja de los payasos a los
pechos enrojecidos de tan viriles Gracias.
|
Telón para la Soirée de París. 1924 |
|
Estudio previo para las Tres Gracias de Mercure |
|
Las Tres Gracias en escena. |
Edith Carrillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario