jueves, 14 de marzo de 2013

La familia de Arlequín, ¿frustración de la de Picasso?


Desde que en 1903 introdujera Picasso la figura del padre en las escenas familiares, las cuales retomaría en 1904, ya en vísperas del periodo rosa, estaba siendo evidente el cambio, en lo que a iconografía se refiere, y no tanto en mensaje y contenido. Ese cambio iconográfico vino acompañado de un paso de la tensión formal y colorística a la serenidad, ahora también más explícita en las expresiones, de escéptica pasividad en palabras de Ocaña.
El valor añadido de estas nuevas obras se ha querido ver en su condición de espejo de la vida personal del propio Picasso: a finales de 1904 conoce a Madeleine, reconocida en sus obras de maternidades. El posible punto de inflexión emocional que esto inyectaría en el pintor, haría que poco a poco introdujera colores más vivos y cambiara, por tanto, esas iconografías compositivas. El tema de la familia de Arlequín, en el cual basaría muchas obras de este periodo, sobre todo en 1905, se convierte por sus elementos individualizados y en conjunto, en un retrato de los pensamientos del artista, como han querido ver los estudiosos. Los bebés ya eran constantes desde 1901 en sus obras, pero ¿a qué se debía ahora la inclusión de Arlequín como padre o, en general, de la figura paterna en las también familias de circo y de saltimbanquis? Unas palabras del propio Picasso, refiriéndose a Madeleine, dan una pista: Estuve a punto de tener un hijo con ella. Apollinaire completa la información, conduciendo a la reinterpretación completa en sentido opuesto al supuesto Picasso que huía de lo sentimental en sus obras una vez abandonado el periodo azul en París. El poeta escribe en su crónica a la exposición de las Galeries Serrurrier, inaugurada el 25 de febrero de 1905 con las primeras telas rosas de Picasso: El niño enfrente al padre con la mujer que Picasso quiere gloriosa e inmaculada. Las madres, primíparas, ya no esperaban el niño, quizás por culpa de ciertos cuervos del mar agüero. A partir de las cinco fotografías que incluye, y de algunas descripciones, se pueden identificar algunas de las obras aquí mostradas. No sería así disparatada la idea que quiere leer La familia de Arlequín, en cualquiera de sus variantes, en clave de sueño frustrado, una posible ilusión paternal nacida y cortada de raíz. 
En estas pinturas, el padre no es testigo de la relación entre madre e hijo, las “maternidades” dejan paso a las “paternidades”, siempre representadas por delgados arlequines de alegres mallas y oscuros bicornios, sosteniendo en sus brazos al bebé, el cual ha recibido de los brazos de la propia madre, si quiere verse la curiosa secuencia de la que el pintor nos da pista en sus gouaches sobre papel y cartón. Una vez en sus brazos observa como la madre, desnuda, se asea tomando el agua fría de una palangana. La pasividad del padre voyeur obtiene ahora el cariz de plena participación, convirtiéndose el niño en trofeo de legitimación paternal, negado a Picasso en la vida real. 







Edith Carrillo

Para más información:
Picasso 1905-1906. De la época rosa a los ocres de Gósol. Barcelona. Electra. 1992.



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